Empecé a atender a M cuando tenía trece años. Venia derivada de su escuela debido a que lloraba varias veces al día sin causa aparente. Presentaba un retraso madurativo desde su nacimiento y concurría desde ese año a una escuela común tras haber terminado la primaria en una escuela especial.
En un comienzo, mientras lloraba (hecho que la incomodaba), fuimos hablando y dándole lugar a lo que fuera surgiendo hasta que el llanto dejo de tener esa consistencia para disminuir e incluso pasara a no ser “el tema” principal para ella, y para ”todos”.
Transcurrido un tiempo ya en terapia, comenzó a tomar ese llanto para hablar respecto de algo que le causaba dolor, enojo, alegría o tristeza. Allí pude entrever que se había apropiado del espacio y ya no era M la que lloraba y concurría a las terapias, médicos, etc. con su diagnóstico a cuestas sino que era una chica a la que le pasaban cosas y las ponía a trabajar. Su incomodidad frente a sus limitaciones no había que disimularla o ignorarla, sino trabajarla que pudiera hacerse un lugar. Paralelamente surgieron cambios en los otros ámbitos de su vida: atisbos de rebeldía con su familia, avances en la escuela, un mejor enfrentamiento a la mirada de los demás.
De la contractura, lo espástico de su cuerpo, pasamos a que su nombre empezara a resonar más entre los otros y frente a sí misma y comenzó a expresar que había lugares por donde no y otros por donde sí se sentía a gusto.
Cuando M cursaba cuarto año, un profesor de Educación Física la invita a participar y a entrenar en Atletismo con un grupo de chicos con discapacidad. Ella acepta con entusiasmo. De esta forma, comienza a entrenar y a abrirse a un mundo de pares que se convertirían en sus amigos más adelante. El espacio del consultorio empezó a enriquecerse de sus aventuras en el deporte y con sus nuevos compañeros.
Luego de un extenso trabajo terapéutico de 7 años, se le dio un alta en el tratamiento. En realidad ella lo decidió, y en ese acto, lo decidí yo también. Un tiempo después, me llega un mensaje de su madre : “Ahí va la campeona”, haciendo referencia a que M había ganado la medalla de plata en los Juegos Parapanamericanos. Y ahí fui yo quien lloré de alegría al verla en esa foto con su pelo teñido de violeta sonriendo abrazada a sus amigos enbanderada de sueños y proyectos.
Del retraso al re-trazo, más allá de los diagnósticos médicos, los discursos familiares y escolares, etc en su auténtico recorrido M inauguró un trazo que la llevó a transformarse a partir del juego y la palabra, el espacio terapéutico, a hacerse un lugar y un nombre frente a ella misma y frente a los otros.
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