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Todos somos cómplices cuando vemos y no hablamos

 

Recién en la década del 80 comenzó a investigarse exhaustivamente la problemática del “Bullying”. Como se sabe, no resulta sencillo abordar la totalidad que movilizan “las violencias”. Igualmente, es clave contextualizar dónde, cuándo y quiénes se encuentran en el momento para acercar una mejor comprensión del tipo de violencia específica. Desde ya que para concebir la violencia hay que incluir todo lo que tiene que ver con sus distintas manifestaciones: verbales, psicológicas y/o físicas.

Ahora, para definir el acoso escolar, el prestigioso Psicólogo Dan Olweus (pionero en bullying) dice: “situación en la cual un alumno o alumna están expuestos a acciones negativas llevadas a cabo en forma reiterada, durante un periodo de tiempo por uno o varios compañeros. “Acciones negativas” refiere a aquellas que se realizan de manera intencionada para causar daño, herir o incomodar a otra persona. Pueden ser acciones físicas y/o verbales, presenciales o virtuales, que siempre conllevan la humillación y la exclusión”.

Iñaki Piñuel y Araceli Oñate (2007) identificaron 8 modalidades de acoso escolar con la siguiente incidencia entre las víctimas en un muestreo poblacional: Bloqueo social (29,3%), Hostigamiento (20,9%), Manipulación (19,9%), Coacciones (17,4%), Exclusión social (16,0%), Intimidación (14,2%), Agresiones (12,8%), Amenazas (9,3%).

Lo cierto es que cualquier tipo de humillación causa -por lo menos- angustia. Por eso es totalmente necesario pedir ayuda sin llegar a caer en momentos de desesperación por situaciones extremas. Digo esto, y no es fácil, pero sirve para advertir sobre la gravedad real del bullying. No olvidemos que en el último tiempo salieron a la luz casos de suicidios por no contar con el mínimo apoyo o contención para dar alivio ante el desconcierto.

En Argentina recién durante el 2013 pudo aprobarse la ley para la lucha contra el acoso entre alumnos. Al mismo tiempo la ley promueve la familiaridad de la conflictividad social ya que a su vez hay intenciones de retomar principios como el respeto y la aceptación de las diferencias, la resolución pacífica de los conflictos, la apelación al diálogo y la contextualización de las situaciones de violencia.

Para volver a revisar nuestra responsabilidad como adultos, está claro que todavía los pactos de silencio guardan el primer lugar dentro de un inventado sumario. Es decir que para revertir estos casos va a ser necesario salir de la creencia de que nadie tiene la culpa o que no tiene nada de malo que entre los chicos lo resuelvan. Por que éste es justamente el núcleo del problema dónde se haya la solución. No es raro creer que nadie merece sufrir violencia. Sin embargo, puede ser que si no vemos en profundidad estemos siendo cómplices del dolor propio o ajeno. Por ejemplo, sin ir más lejos, con respecto a la violencia doméstica (en el hogar) también se ven maneras crueles de vincularse, dónde los padres o adultos a cargo entienden la crianza con imposiciones o límites totalmente desmedidos.

Lamentablemente, todos somos cómplices cuando no empezamos a hablar. No basta con revisar este concepto o plantear intervención ante los hechos ocurridos. Será necesario trabajar en los distintos planteos de situación para además elaborar planes de acción adecuados: promover la ampliación de vías alternativas. Por ejemplo, si pensamos en la escuela, será necesario averiguar si hay niños que van con miedo, son manipulados por sus compañeros, etc. Porque no está de más está decirlo: la institución escolar, el núcleo familia y cualquier ámbito de socialización tiene la fuerza suficiente para funcionar como productora de subjetividades, transformadora de la cultura para que los chicos y adolescentes tengan un lugar donde encuentren ganas de jugar, aprender y desear.

El bullying se puede evitar, anticipar sus consecuencias e incluso tratar.

 

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