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El Niño, el Sujeto

 

Me dedico al psicoanálisis desde hace casi dos décadas, y además de haberse revelado como mi vocación, se transformó en mi sustento de vida. Esto no sería posible si alguna vez, alguien con nombre y apellido, en un contexto socio histórico determinado, no hubiese puesto en juego absolutamente todo por su descubrimiento. Se trata de Sigmund Freud y su deseo, lo que Jacques Lacan llamó en algún momento “el pecado original del psicoanálisis”, que fundó el campo psicoanalítico en el que todos los analistas del mundo nos movemos desde hace más de cien años. Luego hay orientaciones, pero el campo es freudiano.

Sin embargo, la relación de cada analista con el deseo de Freud no es directa, sino que está mediatizada por una serie de relaciones que son fundamentales para su práctica y para la continuidad del psicoanálisis mismo: la relación con sus analizantes, la relación con sus alumnos (si practica algo del orden de la enseñanza) y la relación con los otros analistas y sus instituciones.

A su vez, esos otros analistas no son anónimos. Y puede que entre ellos surja para alguien, un maestro. Un maestro no puede contabilizar su transmisión, en parte porque se constituye como tal retroactivamente. Un discípulo no puede autonombrarse ni contabilizar la influencia de sus referentes, en parte porque se constituye como tal, retroactivamente. Solo un tercero, un cuarto, un quinto, etc....que armen la serie, pueden pensar en que alguien es el maestro de alguien, o que tal es el discípulo de aquel. Y cuando eso sucede es porque hubo transmisión, y si hubo transmisión, el maestro y el discípulo se transforman en pasadores de un discurso que los excede, a la vez que les da su razón de existir.

En mi caso, ese maestro se llama Carlos Quiroga; y la institución, Centro de Lecturas: Debate y Transmisión.

En medio del caos mundial generado por el Covid-19, salió mi primer libro: "El niño, el sujeto. Estudios psicoanalíticos", impreso en los talleres del Centro de Copiado de la Facultad de Ciencias Sociales y editado por el sello de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora. El cual se podrá adquirir cuando la situación se regularice, porque por ahora #yomequedoencasa.

El libro es la conclusión de una serie de trabajos y presentaciones que realicé los últimos quince años, y he sentido una profunda alegría y un gran alivio al terminarlo, ya que el proceso de escritura y edición han sido muy difíciles. Pienso que el mejor momento para escribir y publicar sobre un tema determinado, tal vez sea cuando ese tema ya ha dejado de cautivarnos. Supongo que esa es la paradoja de la escritura: la necesidad de escribir como modo de cerrar un ciclo, a la vez que el tedio de hacerlo y el deseo de pasar a “otra cosa”.

“El niño, el sujeto. Estudios psicoanalíticos” fue pensado como libro de cátedra, en una universidad del conurbano bonaerense, dirigido a alumnos de las carreras de Psicopedagogía y Ciencias de la Educación, que en la mayoría de los casos no han tenido un acercamiento previo al psicoanálisis.

De modo que tiene un estilo “introductorio”, con la ambigüedad de que, como toda cuestión introductoria, requiere a la vez un manejo bastante profundo de los temas tratados por parte del escritor. Esto es muy importante para el psicoanálisis. Es común observar en los congresos de analistas, la presentación de trabajos escritos en una jerga “lacaniosa”, como si eso diese cuenta de la fidelidad a no sé qué secta. Si en esa situación, alguno entre el público se parase y dijese: “¿qué es el Edipo?” o “¿qué es la castración?”, probablemente muchos se escandalizarían y lo acusarían de hereje. Es decir, que se dan por sabidos conceptos fundamentales, sin interrogar el origen de los mismos, las modificaciones que puedan haber sufrido a través del tiempo, y los modos reales en los que éstos inciden en nuestra práctica.

En ese sentido, he intentado en el libro hablar en un lenguaje claro y directo, haciendo uso de ejemplos muy conocidos en el ambiente “psi” (tales como el caso Emma, Signorelli, Dick de Melanie Klein, Juanito, etc.) dándoles alguna vuelta, a la vez que de algunos ejemplos cotidianos, de la literatura y hasta de series de Netflix. En ese sentido, elegí usar algunos subtítulos disparatados, o que son refranes populares, y hasta el título de una canción de La Renga. La idea es que al lector le resulte raro, y que eso motive aún más la lectura. Algunos conceptos están en uso, otros en mención, pero la idea general es interesar a más personas en el psicoanálisis, y tratar de contagiar algo del entusiasmo que a mí me genera mi vocación.

El libro interroga cuestiones de la infancia, pero que a la vez en muchos casos constituyen operaciones esenciales en lo que se dice “la constitución del sujeto”, y que no se reducen sólo a la niñez. El prólogo lo realizó una colega y amiga: Alejandra Porras. El libro está compuesto por quince capítulos, nucleados en seis apartados: 1. La tendencia alucinatoria del aparato psíquico, 2. La función del duelo en la constitución del sujeto, 3. El símbolo y su “más allá”, 4. La transferencia y los padres en el análisis con niños, 5. Escribir, 6. La sexualidad infantil.

En los albores del psicoanálisis, S. Freud relevó una serie de síntomas que daban cuenta de un cuerpo que no se reducía a lo anatómico, y cuya presentación interrogaba al saber médico de la época. El descubrimiento de las formaciones del inconsciente, permitió postular que lo psíquico no se reduce a lo consciente, y que lo inconsciente no es el terreno de lo indómito, sino un aparato de interpretación con leyes de ordenamiento del material muy rigurosas. En los primeros escritos sobre las neuropsicosis de defensa, S. Freud postuló la existencia de un conflicto psíquico, de cuya “resolución”, dependen las diferentes estructuras clínicas. Ese conflicto siempre está en relación a la etiología sexual de las neurosis. El fundador del psicoanálisis descubrió también que la sexualidad no se reducía a la genitalidad, ni tampoco era patrimonio de la adultez monógama y heterosexual. Así, el niño apareció primero como relato en los análisis de los pacientes adultos, y permitió postular la existencia de la sexualidad infantil, y el modelo del niño “perverso y polimorfo”, tan caro a la moral victoriana de aquella época, y aún hoy resistido en varios círculos.

El ser humano carece de instinto y en comparación con cualquier animalito, está muy poco preparado para “adaptarse” al medio y garantizar la “supervivencia” de la especie. Puesto que no es algo dado, la pregunta por ¿cómo se constituye la realidad para el ser humano? es central, y podríamos decir que atraviesa transversalmente toda la historia del psicoanálisis. Contamos solo con un aparato psíquico cuya construcción es sinuosa y singular, que opera por repetición y tiende a la alucinación, que se rige por la repetición de lo no realizado y que nos pone en bastantes aprietos con sus sueños y actos fallidos. Si lo pensamos bien ¡es un milagro que la especie humano aún no se haya extinguido!

Entonces, ¿cómo el ser humano nace en una prematuración fisiológica que contrasta con una sobreabundancia neuronal, a la vez que nace a un mundo simbólico, sin los recursos adecuados para sobrevivir, si no es por la intervención de otro ser humano que aparece bajo ciertas coordenadas específicas?

En el fondo, el libro constituye una objeción a la teoría de un desarrollo evolutivo y lineal. Tomando la ampliación del concepto de duelo freudiano que realiza Melanie Klein y que Jacques Lacan retoma a partir del sexto año de su seminario, la hipótesis central es que el duelo está en el centro de la constitución del sujeto.

En el caso del habla, el camino irá desde el grito, transformado en llamado por la traducción del otro, al balbuceo, y luego al silenciamiento necesario para la adquisición de la lengua nativa. Aquellos sonidos primeros del laleo infantil no se perderán por completo, sino que retornarán en fenómenos como las onomatopeyas, o la poesía, entre otros.

En el caso de la escritura, el camino irá desde los primeros gestos e impresiones táctiles, a la constitución de la hoja como una superficie posible de inscripción, en la que primero se verán los garabatos, luego los monigotes, más tarde las letras animadas, y finalmente la letra alfabética, aquella más alejada de la representación de cualquier goce corporal.

En el caso del juego, el camino será más sinuoso, pudiéndose no obstante ubicar como hitos fundamentales, el uso de la propia voz y los sentidos corporales (el niño jugará primero con su capacidad fonadora y su cuerpo), la instalación del primer par significante vía la conjunción de la voz, la imagen del cuerpo y el azar del objeto lúdico (como se vio en el caso emblemático del Fort Da), hasta llegar al juego simbólico. La construcción del “objeto transicional” será lo que oficie como mediación entre una y otra etapa.

En todos los casos es claro que no se trata de sumar o agregar conocimientos, neuronas o técnicas, sino que hay que “perder para ganar”. Por ejemplo, para poder hablar se deberá producir una pérdida de ciertos sonidos. Para poder lograr la coordinación motriz, se deberán perder ciertos reflejos y movimientos musculares. Para poder escribir, se deberá perder cierto goce de la imagen y resonancia corporal. Para poder jugar, se deberá perder algo de la destructividad a favor del simbolismo, etc.

Todos estos pasajes suponen, por un lado, la dialectización progresiva de la agresividad, y por otro lado, el atravesamiento de una serie de duelos necesarios a la constitución del sujeto. Ya no el duelo por la muerte o la separación de un ser querido, sino el duelo en un sentido más amplio, como eje central del desarrollo, y también como eje central para pensar el fin de análisis y el lazo entre analistas. A su vez, el trabajo sobre el duelo, me ha permito establecer una conexión directa entre el objeto perdido en Freud, el objeto interno en Klein, el objeto transicional en Winnicott y el objeto a en Lacan.

Los dos últimos apartados abordan la relación entre el habla y la escritura, y el tan en boga problema de la dislexia, y la pregunta por la vigencia del ya famoso Complejo de Edipo, que parece como el ropero antiguo de la abuela: nadie sabe donde ponerlo pero nadie quiere deshacerse de él.

En los próximos meses y a medida que la situación sanitaria lo permita, la idea es presentar el libro en distintos espacios clínicos y de enseñanza, en donde me gustaría que sean mis amigos y colegas quienes hablen de él. No se puede calcular el interlocutor, ya que como dice J. Lacan, el mensaje siempre llega a destino, aunque (agrego yo) ese destino no coincida con el domicilio de envío.

 

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