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Iniciar un proceso terapéutico

Son numerosas las personas que se acercan a un profesional psicólogo. Dar ese primer paso es difícil y requiere la toma de una decisión. Muchas veces es necesaria la gota que rebalsa el vaso para eso. Es necesaria la “tocada de fondo” que nos acorrala contra la pared cuyo subtexto es:  No puedo seguir así, no doy más.  Algunas personas llaman… y algunas nunca llegan. Quieren, pero hay otras cuestiones de peso que los mantienen amarrados. No alcanza la “fuerza” para poder comenzar.

Otros dan un paso más y llegan al consultorio. Se animan a tolerar la ansiedad del inicio, el estar frente a alguien desconocido al que le contarán sus cosas, esas que tal vez no han dicho nunca. No es poco! Empiezan un proceso, van algunas veces, se sienten cómodos y lo dicen… pero desisten. Las razones que dan son muchas, económicas, de tiempo, o simplemente que “están bien” y no “necesitan” ir a terapia o que el incendio ya pasó y ahora pueden solos. “ Yo te aviso”, dicen… Respetable.

Son pocos en proporción, los que se animan a más. Somos pocos.

Empezar a transitar un proceso terapéutico implica mucho valor. Continuarlo cuando flaquean las ganas y se espesa el camino, más aún.

Va a pasar. Sucede siempre.

Aparecen cosas que no sabíamos ni esperábamos. Sentimientos que estaban ahí, anhelando ser vistos y escuchados. Hechos que conocíamos pero de los que no habíamos tomado consciencia. Personas que eran más significativas de lo que intuíamos y que nos “marcaron” más de lo que nos gustaría. Situaciones en las que habíamos sido amados y cuidados, y/o abandonados y maltratados más de lo que a primera vista parecía. Etcétera, etcétera, un largo etcétera.

Aparece de todo en otros y en nosotros. Descubrimos que hay dentro nuestro más amor y más odio del que pensábamos. Y eso, lejos de ser un problema es el principio de la luz. Se trata de ajustar la mirada. De tolerar, y luego aceptar y luego amar y abrazar la verdad de quienes somos y de quién es el otro. 
La salud mental supone integrar y nunca levantar muros... ni siquiera de protección. Se trata de contar con una rica batería defensiva y no de utilizar una única modalidad rígida de enfrentar la realidad.
Se trata de acomodar las cargas en el lugar menos conflictivo y doloroso, donde menos daño nos hagan y donde más energía disponible nos dejen para desplegar las propias potencialidades y disfrutar lo máximo posible de los vínculos y de la propia vida elegida.                                                                                                                                                                                    

El proceso terapéutico lejos de ser algo automático y mágico es un camino desafiante que el paciente recorrerá junto al profesional contando con el acompañamiento, la contención, el apoyo y las herramientas para poder atravesarlo.                                                                              

El proceso terapéutico es necesario. Simplemente porque somos humanos y eso supone un nivel de complejidad enorme que si no es desenmascarado en una proporción interesante, puede decidir por nosotros sin impedimentos y tranquilamente y llevarnos a lo que en el fondo no deseamos. Tomar entre las manos nuestra complejidad supone valor y esfuerzo, pero es la única manera de ser libres y vivir en paz. Esa es la promesa de cualquier proceso terapéutico llevado por un profesional y un paciente responsables que lejos de amedrentarse, toman la tarea terapéutica como lo que es: un apasionante camino de crecimiento personal.                                                                                      

                                                                                                            

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