“Para advertir la diferencia entre suerte y destino, y para escapar de la trampa del fatalismo, se necesitan recursos que no se consiguen fácilmente mientras uno patina a toda velocidad sobre hielo delgado: “tiempo para pensar”, y una distancia que permita ver muy lejos”. Zygmunt Bauman

Frecuentemente aparece en la clínica la sensación de “soledad”, esa sensación de “vacío” indescriptible del cual muchas veces no se puede ni hablar, que lleva a anestesias o como decía Freud, “calmantes” para soportarla: poderosas distracciones, satisfacciones sustitutivas, sustancias embriagadoras.

Esta soledad, donde muchas veces aparece una pregunta que resulta insoportable, con respuestas que no traen soluciones, nos lleva a cuestionarnos el permanente “para qué” y/o “por qué”, sin detenerse a pensar en el disfrute de atravesar un camino o un recorrido donde el mismo suceder nos lleve a una formulación más acorde a lo que esperamos.

Hoy la modernidad nos exige lo inmediato, todo tiene que ser ahora y eficiente. Muchos quedan paralizados ante la idea de que algo pueda fallar, o cómo hacer para tomar siempre la decisión eficaz y eterna, quizás aunque no contemos con todos los recursos para decidir sobre ese asunto.

Aparece entonces una dualidad, el “ritmo del mundo” actual nos impone cambiar permanentemente, aunque lo que “siempre cambia” va en contra de una estabilidad, de lo que tenga que ver con un “largo plazo” haciéndolo intolerable si bien muchas veces es lo que buscamos en algún punto en la lo laboral, la pareja, etc.

El ámbito terapéutico muchas veces es un primer encuentro con nosotros, donde poder inicialmente escucharnos detrás de todas esas palabras que muchas veces nos inundan, o detrás de toda esa rutina que muchas veces nos exige sin espacio de disfrute o de encuentro.

El primer paso es detenernos, poder escuchar algo detrás de toda esa ansiedad que nos empuja, muchas veces sin saber hacia dónde, y que nos deja “solos” pero sin siquiera poder estar con nosotros.

Autora: Silvina López Giacoia/ Psicóloga.