Vivimos inmersos en un sistema de producción cuya eficiencia tiende a evaluarse en términos cuantitativos. Entonces si se piensa a la terapia como un servicio en el que un cliente paga por determinada atención al modo de un producto, es entendible que se pretenda calcular el costo del servicio en función del tiempo que va a invertir. Así mismo que se suponga que a mayor duración de la sesión, más rápido se llegará a resolver lo que lo trajo a la consulta.
En estos tiempos en que nos comunicamos a través de los celulares, nos encontramos a través de las pantallas, jugamos a través de los personajes que construyen los creadores de los juegos virtuales, nuestro cuerpo parece estar ausente de lo que nos atraviesa en nuestro cotidiano. Podría seguir pensando en imágenes que nos rodean constantemente y que colaboran para que nuestro cuerpo quede desafectado, como si lo lleváramos a pasear y cada tanto lo usáramos, disociado de lo que sentimos, o lo que pensamos. Quizá nos tendríamos que preguntar cómo nos afectan las nuevas formas de comunicación en la integración de nuestro cuerpo-mente, más que asegurar su disociación.
Es cierto que la tecnología nos permite acercarnos a quienes están lejos y conocer culturas de todo el mundo. ¿Pero cuántas veces nos encontramos conversando con alguien mientras respondemos mensajes de WhatsApp, creyendo que es imperiosa una respuesta, y abstrayéndonos del momento en el que estamos supuestamente presentes? De esta manera seguimos demorando la posibilidad de conocer y darnos a conocer en cada encuentro. Expresar cómo nos sentimos a través del contenido de lo que decimos, pero también de lo que decimos con nuestro cuerpo, a través de los gestos, de la mirada, de la voz contribuye a una mayor integración de nosotros mismos. Nuestras formas de comunicación a través de las pantallas son definidas por la velocidad. Los programas de las redes sociales por ejemplo nos proporcionan emoticones para comunicar nuestro estado, como si lo pudiéramos traducir en un gesto universal. La inmediatez de los tiempos modernos genera también una velocidad emocional, sin encontrar muchas veces el tiempo para elaborar todo lo que nos sucede ni el espacio en donde alojarlo en nuestro cuerpo. ¿Es posible acelerar determinados procesos internos en función de la velocidad de estos tiempos? ¿O será que se abre una brecha entre lo que manifestamos, lo que sentimos y lo que pensamos? Es posible que estemos limitando nuestro lenguaje y nuestros recursos expresivos al responder con un signo. ¿O será que los estamos multiplicando? Probablemente si todos tenemos el mismo gesto para expresar nuestros sentimientos, y todos nos acomodamos a un mismo ritmo, nuestras singularidades se vayan diluyendo.
El lenguaje corporal es un recurso expresivo muy valioso para integrar al lenguaje verbal, pero también para aportar información a la percepción de nosotros mismos, a través de la sensorialidad y la senso-percepción corporal. Al integrar la percepción de la experiencia corporal, incorporamos el cuerpo emocional, ya no es un cuerpo abstraído de su propia experiencia, sistematizado por medidas externas, o un cuerpo en el sentido orgánico del término, sino que se amplían los recursos para conocer las necesidades propias de cada uno y para construir nuevas realidades. El cuerpo está siendo cada vez más mecanizado, dejando afuera su potencial expresivo y comunicativo. “Tenemos” que obtener un cuerpo saludable para ser cada vez más productivos, y usar la última tecnología para ir cada vez más rápido. En la sociedad moderna el hombre se convierte en un eslabón de la cadena productiva que sirve para alcanzar fines que le son externos, como ser contribuir al crecimiento del sistema y a la acumulación de capital. En este contexto sociocultural, hay una tendencia hacia el aislamiento provocando una pérdida del deseo y la subjetividad, perdiendo así los espacios de encuentro con lo conocido y lo desconocido de cada uno y de los otros.
El registro corporal como forma de autoconocimiento nos permite abrir un nuevo canal de comunicación con nosotros mismos, explorando nuestros patrones de movimiento y descubriendo otros aún desconocidos. Los cambios en el cuerpo generan modificaciones en la psiquis y a su vez nuestras maneras de sentir, de percibir, de pensar se reflejan en nuestro cuerpo. Este intercambio resulta mucho más enriquecedor para lograr un cuerpo integrado. Un cuerpo sintiente, que se diferencia de los patrones impuestos por el ritmo productivo, y nos posibilita recuperar nuestro ritmo respiratorio y nuestro ritmo emocional; como lo desarrolló Doris Humphrey, coreógrafa y bailarina, en su técnica basada en la caída y recuperación, como metáfora de la vida y de la muerte. En nuestro caminar natural, en cada paso existe un tomar y dejar caer el peso, marcando un ritmo propio.
Doris Humphrey, Martha Graham, Isadora Duncan, etc. pertenecieron a una generación de grandes coreógrafos y bailarines de la danza moderna, potenciadores de una nueva concepción que rompía con la exaltación de la destreza y de la técnica. La Danza Movimiento Terapia (DMT) nace del cruce de la danza moderna y la Psicología, incorporando al campo de la salud la danza como herramienta terapéutica. La DMT no es una disciplina educativa, sino que trabaja la relación de la psique y el cuerpo a través de la improvisación en el movimiento. El movimiento no solo como medio de expresión sino también de comunicación.
¿Qué nos pasa cuando nos encontramos con nuestro cuerpo desde un lugar creativo, cuando nos entregamos a la escucha de nuestro cuerpo sin saber a dónde nos va a llevar nuestra sensibilidad y nos “dejamos” mover por nuestras emociones? Es posible que se abran una multiplicidad de sentidos. Y si además nos damos la posibilidad de reflexionar sobre esos sentidos y de nombrarlos, probablemente habitemos nuestro cuerpo desde un lugar más “sentido”. En la DMT el lenguaje no verbal se va construyendo a través del vínculo con el terapeuta que ofrece un espacio de confianza y de sostén para que el paciente lo vaya desarrollando a lo largo de las sesiones, invitándolo a profundizar el diálogo con su cuerpo. El danza movimiento terapeuta está preparado para observar y analizar el movimiento y entender así tanto los aspectos corporales como las dinámicas de movimiento (patrones de movimientos complejos, rítmicos, el uso del espacio, del peso, y de la energía) las acciones de movimiento y las relaciones que establece. Estos conocimientos se utilizan dentro de la relación terapéutica con el fin de realizar un insight psicológico. Al iniciar un proceso terapéutico se observan las posibilidades de movimiento del paciente para, poco a poco, ir ampliando los recursos expresivos corporales y emocionales; no se intenta modificarlos sino ampliar los ya existentes. A partir del relato del paciente, se comenzarán a entretejer los sentidos del movimiento. El simbolismo y el uso del cuerpo como metáfora son fundamentales en el enfoque de esta terapia creativa. Se promueve el uso de la palabra para desplegar asociaciones de la experiencia vivencial, y de esta manera abrir nuevos imaginarios. El registro del paciente de esos cambios en el cuerpo abrirá nuevas posibilidades de percibirse y de percibir el mundo que lo rodea. La fluidez en el diálogo entre la psiquis, las emociones y nuestro cuerpo probablemente también resuene en nuestro cotidiano; permitiéndonos estar “a la escucha” de lo que nos sucede y lo que les sucede a los que nos rodean, inclusive con la velocidad de los tiempos modernos.
No sabemos todavía cuáles son los efectos que van a producir las nuevas formas de comunicación que predominan en la actualidad. Todavía es muy pronto para sacar conclusiones, pero sí sabemos que somos afectados por la inmediatez de los tiempos en nuestras formas de ser y de estar y de relacionarnos con los que nos rodean. Puede ser que se sumen a las formas históricas que ya conocemos en las que participan todos los sentidos; pero también es posible que las reemplacen, perdiendo así la posibilidad de poder comunicar, expresar, percibir y sentir con todo nuestro cuerpo. Apostamos a la multiplicación de los recursos expresivos para seguir enriqueciéndonos en el diálogo con uno y con los otros.
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