Al iniciar un nuevo año, la mayoría de nosotros, niños, jóvenes, adultos y ancianos solemos proponernos nuevas metas o, simplemente, aquellas pendientes, que por alguna razón quedaron sin realizarse o no se pudo. Digo y repito “la mayoría de nosotros” o, al menos, es esperable que así sea, ya que emprender propósitos en la vida es expresión de deseo.

Un concepto cercano al de propósito es la “meta”. Al mencionarla estamos haciendo referencia a una instancia que nos proponemos llegar a través del emprendiendo de nuestro propio camino que conlleva objetivos.

“Meta”, proviene del griego y significa “más allá”, “después de”, “entre” o “con”. También “meta/s” alude a los pequeños pasos que hacemos para alcanzar un objetivo final. Pero qué sucede cuándo no iniciamos los pasos que nos habilitan a avanzar para arribar al objetivo “final”. Por cierto, es una manera de decir “final”, ya que es circunstancial, momentáneo. Luego devendrá a ser uno más de los tantos otros, sirviéndonos como excusa para seguir los pasos que nos permiten crecer.

¿Qué nos pasa o nos pasó cuando, en algún momento de la vida, nos detenemos en el camino que construimos? Es señal que algo está funcionando fallidamente, o se haya perdido o simple no está. A razón de ello, hago un llamado reflexivo para replantearnos: ¿qué esperamos de nosotros mismos en este 2023 luego de haber atravesado períodos disruptivos por la pandemia COVID- 19 ? Responderse a uno mismo es conocer y re-conocer nuestros recursos, nuestras posibilidades y, porqué no, nuestras limitaciones. Es sincerarse y aceptar que no se puede todo. Es aceptar que somos sujetos deseados y, por sobre todo, deseamos. Gracias a que no podemos todo ni tenemos todo es que deseamos. Ése es el motivo que hace que nos propongamos metas, las que construyen el camino que elegimos andar.