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Arrogancia y Narcisismo

Existen personas con quienes no podemos dialogar con la palabra, ya sea por no compartir el mismo código, es decir, por barreras idiomáticas, o por distancias ideológicas y emocionales tan profundas que impiden que haya posibilidades de intercambio.

Pero existen otras personas con las que resulta imposible por otra razón: imposibilitadas de establecer una relación simbiótica con un otro, sólo buscan audiencia, público, alguien a quien depositarle sus presuntuosos logros mientras, en su fantasía, un cono de luz los ilumina.

Esta es la caricatura de la personas arrogantes, vanidosas, soberbias y aunque, como toda caricatura, es exagerada y grotesca, sirven para reconocer fácilmente rasgos característicos que dentro de un conjunto pueden pasar inadvertidos o bien, por posiciones subjetivas tan complejas, simplemente no ser percibidos.

Las personas con Trastorno Narcisista de la Personalidad no construyen relaciones saludables simplemente porque el otro no es considerado en sus necesidades y deseos, sino que es visto como un objeto que les sirve como medio para un fin: ser reconocido.

La arrogancia en estos casos cumple un papel protagónico porque es la forma que toma  la creencia irracional de superioridad con la que se definen.  Al mejor estilo hegeliano, estas personas pretenden convertir al otro en fuente de reconocimiento pues su autovalía depende de la admiración y  del contraste con el otro, por lo que el menosprecio y la subestimación son otras de las cartas de su juego.

Desde la psicología se interpreta que este modo de funcionamiento es puesto en marcha con el objetivo de proteger una autoestima lesionada. Empujado por su fallido mecanismo de defensa, el narcisista desarrolla este patrón de comportamiento que lo alejará de la posibilidad de aceptar críticas, pedir disculpas, asumir responsabilidades.

Estas personalidades pueden socavar el autoestima de quien queda anclado en este mecanismo, del que conforme pasa el tiempo se vuelve más complejo salir y menos claras las razones por las que se ingresó.

Apelando a las herramientas propias y al análisis de las posiciones subjetivas en la dinámica de estas relaciones, la clave es ser conscientes de que el PODER que pueden  potencialmente ejercer personas con características narcisistas sobre otros, se lo da ese otro.

El narcisista termina dependiente de su “esclavo”, siguiendo la analogía con los conceptos de Hegel, para su supervivencia. Pero como los riesgos son altos y los beneficios nulos, mejor no meterse ahí, ni esperar cambios.

Terminando, si bien describí una categoría, es importante pensarlo a nivel dimensional y estar atentos a que no hace falta toparse con alguien que encaje entero en el perfil de un narcisista de manual, porque estas actitudes están presentes en muchísimas personas que definiríamos popularmente (y erróneamente) como normales, ya sea como una versión leve del rasgo o como un estado pasajero,  pero que también pueden provocar sufrimiento, dañando nuestro respeto y amor propio.

 

 

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