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¿Cuándo consultar a un psicólogo?

Muchas personas suelen preguntarnos a los profesionales de la salud mental, cuándo es indicado concurrir a un psicólogo, cuál sería el límite donde se va transformando la idea de “lo charlo con un amigo” a “consulto a un profesional”.

Lejos de la intención de generalizar, ya que existen cantidad de pacientes como consultas, una cuestión resulta clara (y parece obvia, pero no siempre lo es): para iniciar un análisis es importante que la persona que decide concurrir a un profesional se sienta en conflicto con algún hecho o situación en su vida y que crea que no está pudiendo manejar, o que la están sobrepasando, las emociones que vienen aparejadas a dichos acontecimientos y, sobre todo, que sienta que sufre por eso.

Las causas pueden ser muchas, variadas, e incluso, estar relacionadas; desde cuestiones que podríamos considerar más cotidianas hasta vivencias más serias o extremas, sólo para mencionar algunas: separación, duelo, ansiedad, crisis de angustia, stress, situaciones de violencia, abusos, cambios profundos en la vida familiar o laboral. Claramente, todos son motivos válidos para consultar, pero resulta indispensable que la persona se considere sufriente de alguna situación en la que se encuentra y quiera modificar esa situación, buscando ayuda profesional. Sucede en ocasiones, cuando la iniciativa no es propia, por ejemplo, cuando los consultantes llegan “enviados” por alguien que “sugiere” que empiecen terapia (sucede mucho en las parejas), el camino terapéutico se hace bastante más complejo; si bien, igualmente, se suelen lograr resultados, es una realidad que existe más abandono de los tratamientos.

Retomando la idea planteada al inicio, charlar con un amigo o conocido puede ser muy liberador, e incluso, esclarecedor, pero cualquier persona que haya recorrido el camino de una terapia sabe que no es lo mismo, ¿por qué?, por varias cuestiones: una de ellas es que, frecuentemente, lo que decimos a familiares o amigos está muy sesgado, es decir, podemos omitir información, por ejemplo, decimos lo que quieren oír porque no los queremos preocupar o no nos animamos a contar realmente lo que nos está pasando por vergüenza o timidez. En segundo lugar, nos tenemos que detener en la importancia del vínculo que se establece entre psicólogo y paciente, que me animo a afirmar que es  fundamental para un tratamiento; tan importante es, que si el “lazo” terapéutico (o transferencia, para nosotros, los psicoanalistas) funciona y se respira en ese encuadre, en esas cuatro paredes del consultorio la suficiente confianza,  este hecho nos concedería una “ventaja” considerable hacia el éxito de una terapia, es decir, hacia la cura. De hecho, por el contrario, si un paciente se siente juzgado o incómodo con un profesional, en mi opinión, debería considerar cambiar de psicólogo, justamente por lo esencial del vínculo terapéutico. Cabe agregar que, si bien los amigos o familiares pueden tener la mejor de las intenciones, los psicólogos somos profesionales formados, preparados y especializados para afrontar los diferentes problemas referentes a la salud mental.

Otra temática que, ya no es tan habitual, pero sigue surgiendo en las consultas, es que una persona no se anime a acudir a terapia o que un paciente prefiera no comentar a sus familiares y amigos que está realizando un tratamiento, por temor a que lo tilden de “loco” o de que algo anda mal con él, o de que es “débil”… En un mundo de aparente felicidad instantánea, donde todos parecen mostrar su mejor cara, a veces, se hace difícil admitir que necesitamos ayuda, aunque esto, por el contrario (siempre se lo digo a mis pacientes) demuestre fortaleza y no debilidad. El paciente a lo largo de las sesiones habla de sus peores miedos, sus angustias, incertidumbres, expectativas, deseos (cabe destacar que para ello hace falta mucho valor); empieza a reflexionar sobre sí mismo, sobre su manera de vincularse con los demás,  sobre lo que quiere (y lo que no), sobre lo que le dijeron que era o que quería o “debería” querer, sobre su historia pasada, su presente y su futuro. El psicólogo, por su parte, observa, escucha atentamente, pregunta, interpreta e interviene. De esta manera, se empieza a dibujar un horizonte diferente para esa persona que se animó a consultar, que eligió ese camino tanto duro como potencialmente beneficioso para él y que, eventualmente, lleva a una notable mejoría de lo sintomático que traía a cuestas, que le molestaba, pero no sabía bien qué era o por qué y que el psicólogo, junto a él a cada paso,  escuchando su historia, acompañando su angustia, ambos trabajando juntos, comienza a desenhebrar.

En ocasiones, nos preguntan también por la extensión del tratamiento, ya que existe la idea de que hay que concurrir a análisis varios años para ver alguna mejoría. Yo creo y, lo he experimentado con muchos pacientes, que no es necesario realizar una terapia muy extensa para notar efectos terapéuticos positivos; en algunos pocos meses se pueden lograr muchos avances, aunque siempre depende del caso por caso y, vuelvo a repetir, de la relación terapéutica. Por ejemplo, puede suceder que una terapia vaya marchando muy bien, pero que a ese paciente se le haga más difícil tomar confianza para contar algo muy íntimo o profundo, o que la angustia sea tanta que no le permita hablar, entonces existe la probabilidad de que lleve más tiempo ir transitando esa angustia y empezar el trayecto de recuperación. En el mejor de los casos, los pacientes en análisis que van recorriendo el camino hacia la cura, van sintiendo, paulatinamente, con los consecuentes cambios que se van produciendo, que poseen más recursos o “herramientas” y que, afortunadamente, pueden aplicarlos en sus relaciones y en su vida cotidiana. Esto no implica que, aunque un tratamiento se haya visto interrumpido cualquiera sea la causa o haya finalizado, un paciente no desee volver a consultar, pero, no caben dudas de que, si realizó con anterioridad una terapia que derivó en un análisis profundo, la consulta ya será desde otro lugar, desde otra experiencia.

Por último, otro punto que considero muy importante: nunca es tarde para empezar. Para ejemplificar, muchas veces se cree que la gente mayor es más reticente a consultar o a querer iniciar una terapia y esto no es así en la mayoría de los casos, ya que, habitualmente se observan tratamientos muy fructíferos con adultos mayores, con la consecuente inserción en nuevos grupos, elaboración de separaciones o duelos, mayor adaptabilidad a situaciones novedosas, ganas de hacer planes, de avanzar, en síntesis, de una mejora en la calidad de vida.

Empezar un tratamiento psicológico nunca es en vano. El sólo hecho de que una persona consulte, busque ayuda profesional, es un paso enorme, el primer paso en la búsqueda de un bienestar físico y mental (sí, están ligados) y que traen, como consecuencia, relaciones sociales más saludables. En nuestras vidas aceleradas, donde cada vez parece más difícil “parar” y reflexionar, en el cual nos “invade” la tecnología y las redes sociales y donde, paradójicamente, cada día crecen más las consultas en las cuales el aislamiento y la falta de comunicación son la principal temática, elegir este camino que va a implicar conectarse o reconectarse con uno mismo_ y con los demás_, es una perspectiva de una vida mucho más sana.

Quiero concluir con una cita de Lacan, que creo que viene al caso, cuando nos preguntamos por la duración de los tratamientos y sus efectos.

“Pido disculpas si lo que digo parece –pues no lo es– audaz. Sólo puedo dar testimonio de lo que me proporciona mi práctica. Un análisis no ha de ser llevado demasiado lejos. Cuando el analizante piensa que se alegra de vivir, es suficiente”.

(Jacques Lacan, "Conferencia en la Universidad de Yale", 24 de noviembre de 1975).

Comentarios:

psicologo torrejon de ardoz

31 de octubre del 2018

Esto es ¡increíble! No he leído algo como esto en mucho tiempo . Es agradable encontrar a alguien con algunas ideas nuevas.

psicologo torrejon de ardoz

31 de octubre del 2018

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